¿Puede uno sentir de repente la sensación de vivir en otra época, de haber entrado en un sueño estando despierto? ¿De sentirlo todo, los colores, los sonidos, los sabores, como estando en el más hermoso sueño y estar completamente despierto?
Entré al palacio y ahí lo viví…
Y ahí lo vi...
Su sonrisa diáfana y su voz de ronroneo, con sus ojos grandes de pobladas pestañas y mirada despierta…
Se acercó a mí, me miró con simpatía, me dijo con su voz de ronroneo - ¿le ofrezco algo señorita?- una sonrisa apareció en mi rostro, mil pensamientos pasaron por mi cabeza, el día era perfecto para enamorarse y con voz tímida dije- un capuccino, por favor-.
De repente una brisa huracanada barrió con casi todo lo que había en la acera, botó las mesas y a la gente que las ocupaba, el alboroto era tal que Kary y yo sólo pudimos sostener la mesa y aguantar la brisa.
Cuando se calmó el pequeño huracán y la lluvia empezaba a caer, Kary y yo agarramos las tazas y entramos al palacio.
El cielo, que estaba completamente gris, resaltaba de una manera más que mágica las estructuras antiguas del centro de la ciudad. Todo estaba bañado con un halo de antigüedad y mi alma soñadora se embriagó con semejante espectáculo, tanto que ni los fuertes truenos, ni la confusión que aún reinaba en el lugar, ni los portazos provocados por el fuerte viento, nada, logro sacarme del “éxtasis azul impráctico”.
Cuando pensaba quedarme en ese mundo de ensueño, escuché la voz de ronroneo e inmediatamente volví a la “realidad”.
Vi a un hombre de una apariencia que se me hacía cada vez más familiar, con su cabello negro y sus ojos grandes y soñadores.
Se acercó a nuestra mesa y nos preguntó si estábamos bien, lo vi más de cerca y me pareció que volvía a mi “éxtasis azul impráctico”, pero en vez de eso le pregunté su nombre –Moisés - me dijo, y su sonrisa me devolvió a éste mundo.
Hablamos cosas intrascendentes, de mi anhelo de cantar algún día en el palacio, de su antigua profesión frustrada por un roce político, de cómo Kary y yo descubrimos que fuimos piratas; poco a poco la conversación se tornó más amigable, poco a poco mis ojos le dijeron todo.
Tomó mi abanico, me repitió muchas veces lo encantadora que me veía al abrirlo y me pidió le enseñara a hacerlo, mostró sus nuevas habilidades a sus compañeros y todos rieron abiertamente de sus tan “masculinos” movimientos.
El roce de nuestras manos fue casi imperceptible, pero fue suficiente para que los colores subieran a mi rostro y al verme delatada sólo pude bajar mi cara, él entendiendo repentinamente la situación, dejó el abanico en la mesa y volvió a su trabajo.
Durante el rato que estuvimos en el palacio, mis ojos lo seguían intentando volver a sentir su mirada. Lo vi pasearse con su apacible seguridad, escuché su voz de ronroneo, cruzamos unas cuantas sonrisas más.
Grabé en mi alma cada detalle de esa tormentosa tarde, el sabor del café, la compañía de Kary, la sensación de bienestar, la empatía hacia cada persona dentro del palacio, grabé sus ojos en mi memoria para siempre…
Con el dinero de la cuenta, lo vi alejarse para siempre de mi vida…pero era un día perfecto para enamorarse.
Entré al palacio y ahí lo viví…
Y ahí lo vi...
Su sonrisa diáfana y su voz de ronroneo, con sus ojos grandes de pobladas pestañas y mirada despierta…
Se acercó a mí, me miró con simpatía, me dijo con su voz de ronroneo - ¿le ofrezco algo señorita?- una sonrisa apareció en mi rostro, mil pensamientos pasaron por mi cabeza, el día era perfecto para enamorarse y con voz tímida dije- un capuccino, por favor-.
De repente una brisa huracanada barrió con casi todo lo que había en la acera, botó las mesas y a la gente que las ocupaba, el alboroto era tal que Kary y yo sólo pudimos sostener la mesa y aguantar la brisa.
Cuando se calmó el pequeño huracán y la lluvia empezaba a caer, Kary y yo agarramos las tazas y entramos al palacio.
El cielo, que estaba completamente gris, resaltaba de una manera más que mágica las estructuras antiguas del centro de la ciudad. Todo estaba bañado con un halo de antigüedad y mi alma soñadora se embriagó con semejante espectáculo, tanto que ni los fuertes truenos, ni la confusión que aún reinaba en el lugar, ni los portazos provocados por el fuerte viento, nada, logro sacarme del “éxtasis azul impráctico”.
Cuando pensaba quedarme en ese mundo de ensueño, escuché la voz de ronroneo e inmediatamente volví a la “realidad”.
Vi a un hombre de una apariencia que se me hacía cada vez más familiar, con su cabello negro y sus ojos grandes y soñadores.
Se acercó a nuestra mesa y nos preguntó si estábamos bien, lo vi más de cerca y me pareció que volvía a mi “éxtasis azul impráctico”, pero en vez de eso le pregunté su nombre –Moisés - me dijo, y su sonrisa me devolvió a éste mundo.
Hablamos cosas intrascendentes, de mi anhelo de cantar algún día en el palacio, de su antigua profesión frustrada por un roce político, de cómo Kary y yo descubrimos que fuimos piratas; poco a poco la conversación se tornó más amigable, poco a poco mis ojos le dijeron todo.
Tomó mi abanico, me repitió muchas veces lo encantadora que me veía al abrirlo y me pidió le enseñara a hacerlo, mostró sus nuevas habilidades a sus compañeros y todos rieron abiertamente de sus tan “masculinos” movimientos.
El roce de nuestras manos fue casi imperceptible, pero fue suficiente para que los colores subieran a mi rostro y al verme delatada sólo pude bajar mi cara, él entendiendo repentinamente la situación, dejó el abanico en la mesa y volvió a su trabajo.
Durante el rato que estuvimos en el palacio, mis ojos lo seguían intentando volver a sentir su mirada. Lo vi pasearse con su apacible seguridad, escuché su voz de ronroneo, cruzamos unas cuantas sonrisas más.
Grabé en mi alma cada detalle de esa tormentosa tarde, el sabor del café, la compañía de Kary, la sensación de bienestar, la empatía hacia cada persona dentro del palacio, grabé sus ojos en mi memoria para siempre…
Con el dinero de la cuenta, lo vi alejarse para siempre de mi vida…pero era un día perfecto para enamorarse.